1ª Lectura: Malaquías 4,1-2.
Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos- y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia, que lleva la salud en las alas.
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El profeta contempla un juicio histórico en el que los malvados, como paja, arderán, mientras a los justos los iluminará un sol de justicia. Así se formulaba la esperanza en que Dios restauraría la justicia. Pero es importante notar que estas palabras están dirigidas a la comunidad de Israel, insensible a las continuas invitaciones del Señor a rectificar sus caminos y volver a Él.
2ª Lectura: II Tesalonicenses 3,7-12.
Hermanos: Ya sabéis cómo tenéis que imitar mi ejemplo: No viví entre vosotros sin trabajar, nadie me dio de balde el pan que comí, sino que trabajé y me cansé día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviera derecho para hacerlo, pero quise daros un ejemplo que imitar. Cuando viví con vosotros os lo dije: el que no trabaja que no coma. Porque me he enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a esos les digo y les recomiendo, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.
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A los que en Tesalónica, por una equivocada interpretación de la venida del Señor, se habían entregado al “ocio”, el Apóstol les exhorta a trabajar para ganarse el pan. La espera del Señor debe propiciar la responsabilidad en la vida, pues “lo que uno siembre, eso cosechará… No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos… Mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos, especialmente a la familia de la fe” (Gál 6,7.9.10). La fe y la esperanza cristianas son principios activos para renovar la vida, no coartadas para huir de ella.
Evangelio: Lucas 21,5-19.
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: Esto que contempláis, llegará un día que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo esto está para suceder?
Él contestó: Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: ‘Yo soy´ o bien ‘el momento está cerca´; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.
Luego les dijo: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
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Nos encontramos en el inicio de la sección del evangelio de san Lucas denominada “discurso escatológico”. Ante la grandiosidad del Templo, Jesús invita a una lectura más profunda, a no quedarse en la exterioridad, en las piedras. Ese Templo desaparecerá. Y desactiva la curiosidad de sus contemporáneos, que mostraban más interés por saber el cuándo de los acontecimientos que anunciaba que en entrar en las urgencias que planteaba Jesús a sus vidas para la conversión.
Jesús advierte de la necesidad de un discernimiento personal e histórico, para no confundirle con falsas propuestas que aparecerán bajo la etiqueta de su nombre. Y es que con su nombre puede circular otro “producto” o, como dirá Pablo, “otro evangelio” (Gál 1,6). Y anima a la fidelidad en tiempos difíciles, que sin duda llegarán a sus discípulos. En realidad algunos de los elementos apuntados en el texto reflejan ya situaciones vividas por la primitiva comunidad, posterior a Jesús.
REFLEXIÓN PASTORAL
Los textos bíblicos que acabamos de leer nos sitúan ante la problemática del final de “este” mundo. Para muchos la perspectiva del final de la propia existencia, del mundo en que se mueven y en cuya construcción quizá han gastado lo mejor de sus vidas, suscita una resignada amargura, cuando no una desesperada protesta ante lo inevitable. Por otra parte, nos movemos en un ambiente de presagios funestos y fatalistas, donde abundan signos que incitan a pensar que nos encontramos en el umbral de grandes catástrofes. Es, pues, un tema que apasiona a muchos y que, en no pocas ocasiones, altera el equilibrio de la persona, atemorizada por el cómo y el cuándo de tales acontecimientos.
Como creyentes, ¿qué responder? Para el discípulo de Cristo no hay cabida más que para una actitud: la esperanza y la serenidad. A los cristianos de Tesalónica, preocupados por la suerte de los difuntos y de los últimos días, san Pablo les escribe: “Por lo que a esto se refiere no quiero que viváis como los que no tienen esperanza”. Además, “el día y la hora nadie lo conoce” (Mt 24,36), por tanto, “en lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba (1 Tes 5,1ss)…, y no os dejéis alterar fácilmente, ni os alarméis por alguna manifestación profética… Que nadie os engañe” (2 Tes 2,1ss).
Pero es que, además, ese fin no será el final, ni una catástrofe sino la victoria definitiva de Cristo. Entonces tendrá lugar la nueva creación de unos cielos nuevos y una tierra nueva. Será una transformación de la existencia, por la que, en frase de san Pablo, “la creación entera gime y sufre dolores de parto…, porque la salvación es objeto de esperanza” (Rm 8,22). Entonces recibirán el premio los que vienen de la gran tribulación (cf. Ap 7,14). Entonces desaparecerán “las apariencias” por muy deslumbrantes que sean.
No se trata de destrucción, sino de renovación; no de muerte, sino de esperanza; no de fin, sino de comienzo, si bien, para ello, es necesario que el grano de trigo sea enterrado, que Cristo sea crucificado y que el cristiano tome cada día su cruz… Pero no lo olvidemos, el hecho básico de la vida de Jesús fue la resurrección, y de la vida del cristiano ha de ser la esperanza de que, si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos.
Nada de actitudes negativas ni tremendistas. Creemos en Cristo, ¡vivamos consecuentemente, empeñados diariamente porque esta “nueva” creación -para los pesimistas el final- se realice con nuestra aportación, ya que el reino de Dios, cuya implantación pedimos en el padrenuestro, no puede sernos ajena!
El mensaje de Jesús es una llamada a la responsabilidad. Él vino a situar al hombre en la esperanza, desinstalándole de las falsas esperas. No vino a ilustrar nuestra curiosidad, prediciendo el futuro a modo de parte meteorológico, sino a fundamentar nuestra fe en algo y en alguien. Nos colocó ante el fin, y se marchó sin indicarnos la fecha, pero con una tarea que cumplir:
• nos señaló un trozo de la viña, y nos dijo: venid y trabajad;
• nos mostró una mesa vacía, y nos dijo: llenadla de pan;
• nos presentó un campo de batalla, y nos dijo: construid la paz;
• nos sacó al desierto con el alba, y nos dijo: levantad la ciudad;
• puso una herramienta en nuestras manos, y nos dijo: es tiempo de crear.
Nos hizo una llamada a dar intensidad a nuestra vida desde el ángulo de la fe, a “finalizar” la vida. De ahí que hayamos de rechazar las actitudes superficiales, centradas en lo anecdótico.
Pero en el mensaje de Jesús hay una clarificación muy importante. Ante la fascinación por la grandiosidad del Templo de Jerusalén precisó: “De esto no quedará piedra sobre piedra”. Las estructuras, aún las más fascinantes, sucumben. Resiste mejor la embestida del huracán un junco que un muro. Y con esos mimbres, frágiles, nos dice Jesús, Dios hace sus proyectos.
En espera de que nuestra existencia alcance esa dimensión definitiva sigamos el consejo de san Pablo: “Hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de amable, de puro…, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4,8), y “cuanto hacéis, de palabra y de obra, realizadlo todo en el nombre del Señor” (Col 3,17).
Solo con una vida así interpretada podremos acceder a celebrar coherentemente la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo me sitúo ante el tema del fin del mundo?
.- ¿Hasta qué punto asumo mi responsabilidad por construir la “tierra nueva”?
.- ¿Anima la esperanza mi vida y anima mi vida la esperanza?
Domingo J. Montero, Franciscano Capuchino.