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DOMINGO XXXIV -B-: SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

DOMINGO XXXIV -B-: SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

 
1ª Lectura: Daniel 7,13-14.
 
    Yo vi, en una visión nocturna, venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el Anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.
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    En el marco de una visión nocturna, caracterizada por la presencia de cuatro fieras, representantes de los cuatro imperios entonces conocidos, que sembraron de terror la tierra, Daniel contempla la aparición de este personaje misterioso, a quien un Anciano radiante de luz, símbolo de Dios,  le entrega el dominio de la creación y un reinado eterno sobre la misma. Descodificar la identidad de ese personaje es una cuestión abierta, que oscila entre una interpretación colectiva -el pueblo de Dios (v 27)- o individual. Posteriormente la tradición judía lo identificará con el Mesías davídico. Jesús evocará también esta imagen (Mc 13,26 par; Mt 25,31) como expresión de su propia esperanza, y se convertirá en imagen privilegiada de su manifestación en gloria (Mc 14,62 par; Hch 7,55-56) 
 
2ª Lectura: Apocalipsis 1,5-8.
 
A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros, a  pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. ¡Mirad! Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá, también los que le atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.
 
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El libro del Apocalipsis -revelación de Jesucristo- se abre con una solemne y densa doxología a Jesucristo con tres atributos principales inspirados en el salmo 89 -Testigo fiel, Primogénito de entre los muertos y Príncipe de los reyes de la tierra- y evocado también como el que nos ha liberado de nuestros pecados y convertidos en un pueblo sacerdotal. Muerto y resucitado aparecerá glorioso y su venida interpelará a la historia.
    
 
   
Evangelio: Juan 18,33b-37.
 
En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? 
Pilato replicó: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho? 
     Jesús le contestó: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judío. Pero mi reino no es de este mundo. Pilato le dijo: Conque, ¿tú eres rey? 
Jesús le contestó: Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. 
 
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El interrogatorio ante Pilato es una nueva revelación por parte de Cristo, clarificando su identidad  -es Rey-, su misión -ser testigo de la verdad- y la naturaleza de su reinado -no se rige por los parámetros de los reinos de este mundo-. Se trata de un proyecto alternativo, el reino de Dios, que tiene identidad propia, y que Dios revela a los sencillos y a los buscadores de la verdad. Un Reino que hay que orar diariamente y que diariamente  hay que esforzarse en  construir con la ayuda de Dios, verdadero protagonista, “pues si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 127,1).
 
REFLEXIÓN PASTORAL
 
     La fiesta de Cristo Rey da culmen al año litúrgico. En unos tiempos en que la Iglesia reivindica la imagen de un Jesús humilde y servidor de los pobres, y ella misma reivindica para sí ese rostro, esta fiesta puede sonar a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje; por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones, para captar la originalidad de cada caso.
      La afirmación del señorío de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: Él es Rey (Jn 18,37); es el primogénito de la creación: todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es digno de recibir el honor, el poder y la gloria (Ap 5,12); “el príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1,5)... 
      Pero no es este el único tipo de afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy; pues si yo os he lavado los pies… (Jn 13,13),  porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45), reconciliando consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20).
     Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en un establo y es acunado en un pesebre, al margen de la oficialidad política, social y religiosa; el que trabaja con sus manos; el que recorre a pie los caminos infectados por la miseria y el dolor; el que no tiene dónde reclinar la cabeza; el que no sabe si va a comer mañana; el que acaba proscrito en una cruz…, ese tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.
     Sí, Cristo es rey. El habló ciertamente de un reino; más aún este fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la instauración de ese Reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey (Jn 6,15). Sólo en la Cruz…
      Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una oración intensa y responsable para que “Venga a nosotros tu Reino”; habilitando el corazón para que eche ahí sus raíces. Pues a Cristo no hay ponerle muy alto sino muy dentro. El reino de Dios empieza en la intimidad del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía… Y desde un corazón así, pedirle como el buen ladrón desde la cruz: “Señor, acuérdate de mí (de nosotros) cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42). 
      Un reino por el que hemos de trabajar ahora. Un reino con unas características bien definidas. Como se dice en el prefacio de la misa de esta fiesta, el reino de Cristo es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz. 
        O sea, la lucha contra todo tipo de mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural), contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la locura suicida y fratricida del odio. ¡No es de este mundo…, pero es para este mundo!
      Un reino que necesita militantes que sitúen a Cristo en el vértice y la base de la existencia; abriéndole de par en par las puertas de la vida, porque él no viene a hipotecarla sino a darla posibilidades. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. El no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia, viene a llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (Juan Pablo II)
 
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué resonancias trae a mi vida la fiesta de Cristo Rey?
.- ¿Trabajo porque venga a nosotros su Reino?
.- ¿Abro a Cristo las puertas de mi vida? 
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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