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DOMINGO DE RESURRECCIÓN -C-

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

La fe en Cristo resucitado no se apoya en un sepulcro vacío. El sepulcro vacío es un testimonio, una “prueba” secundaria. No es la tumba vacía la que explica la resurrección de Jesús, sino viceversa: la resurrección clarifica a la tumba vacía.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN -C-

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a. 37-43. 
 
    En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: Hermanos, vosotros conocéis lo que pasó en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa comenzó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.
 
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    El texto seleccionado forma parte del discurso de Pedro en casa del centurión Cornelio. En él hace una apretada síntesis de la historia de Jesús, desde el bautismo hasta su muerte y resurrección. Subraya su “paso” bienhechor por el mundo, “porque Dios estaba con él”. Destaca su glorificación/resurrección por Dios, y la aparición a los discípulos, convertidos en anunciadores de que Jesús, por su resurrección, es el Señor de vivos y muertos, fuente de perdón para los que creen en él, más allá de connotaciones étnicas o culturales (Hch 10,34-35).
 
2ª Lectura: Colosenses 3,1-4.
 
    Hermanos:
    Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
 
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    La fe en la resurrección es urgencia de vida. En Cristo resucitado el creyente tiene ya un espacio reservado. Vive sacramentalmente unido a El; esa comunión de existencias se manifestará plenamente cuando “aparezca Cristo” como Señor de la historia. Mientras, el cristiano no debe desorientar su vida ni desorientar con su vida: ha de remitir linealmente a Cristo.
 
Evangelio: Juan 20,1-9.
 
    El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
 
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    La fe en Cristo resucitado no se apoya en un sepulcro vacío. El sepulcro vacío es un testimonio, una “prueba” secundaria. No es la tumba vacía la que explica la resurrección de Jesús, sino viceversa: la resurrección clarifica a la tumba vacía. Solo el encuentro con el Señor aclarará la vida de los discípulos. Es el IV Evangelio el que ofrece el relato más detallado. Presenta a Pedro y al discípulo amado como testigos privilegiados y destaca el “orden” existente dentro del sepulcro. Allí se ha producido “algo” extraordinario y de momento inexplicable; solo la comprensión de la Escritura lo aclarará.
 
REFLEXIÓN PASTORAL
 
    La resurrección de Cristo es el hecho central de nuestra fe: “Si Cristo no ha resucitado vana es vuestra fe” (1 Cor 15,17), pero, frecuentemente, es considerada como un dato lejano en el tiempo. Los cristianos nos hemos habituado a creer y celebrar la resurrección de Cristo sin preguntarnos por su significado existencial. ¿Pero eso es creer?
  Certificamos su resurrección como certificamos su muerte, y no es lo mismo, pues “su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; más su vida es un vivir para Dios… Pues Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no muere más” (Rom 6,10.9).
    La muerte de Cristo fue un hecho histórico (dentro de los marcos de la historia); su resurrección, transhistórico (supera esos marcos). La muerte  de Jesús pudieron verificarla los habitantes de Jerusalén; la resurrección sólo la creyeron los discípulos. Y esta fe les cambió y complicó radicalmente la vida. Y no sólo a ellos.
     “¿Qué hemos de hacer?” (Hch 2,37). Fue la reacción de los oyentes al primer discurso de Pedro sobre la resurrección (Hch 2,14-36).
     Atendiendo al testimonio del libro de los Hechos de los Apóstoles, uno de los efectos de la resurrección de Cristo fue la insurrección de los discípulos. “Les llamaron (los jefes del pueblo) y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Pedro y Juan respondieron: `Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,18-20), pues “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29).
      La resurrección de  Jesús hizo saltar los cerrojos de las puertas del cenáculo (Jn 20,19) y lanzó a la calle a un grupo de hombres socialmente irrelevantes (Hch 4,13; cf. 1 Cor 1,27-29), para transformar el mundo con su anuncio.
      La resurrección de Jesús inició una insurrección existencial y social contra lo viejo (2 Cor 5,17; 1 Cor 5,7), contra las obras de las tinieblas (Rom 13,2), contra las obras de la carne (Gal 5,18-21), contra los esquemas mundanos (Rom 12,1-2), contra la mentira (Ef 4,25), contra todo lo que deteriora la convivencia (Col 3,5-9). Insurrección que  culmina en una resurrección a la vida y de la vida (Col 3,9b-16).
     Celebrar la resurrección de Jesús sin experimentar, de alguna manera, la insurrección que implica, es no haber entrado en su dinamismo profundo y liberador.
     Y, junto a esto, la alegría. La resurrección de Cristo, alegría del mundo,  resucitó la alegría. Con su resurrección no solo abrió y vació “su” sepulcro, sino que abrió y vació “los” sepulcros (Mt 27, 51-53) y llenó la ciudad de alegría (Hch 8,8).
En la resurrección de Cristo, volvió a la vida aquella alegría original y primera del Dios creador -“Vio que todo era muy bueno” (Gen 1,31)-, y que pronto se había visto empañada por el pecado del hombre (Gen 6,5). La resurrección de Jesús devolvió la alegría a Dios y al mundo: Dios volvió a sonreír y el mundo comenzó a vivir.
“Estad siempre alegres…” (1 Tes 5,16). Pero es posible y realista esta invitación a la alegría en nuestro mundo embadurnado de soledad, hambre, guerra….? Sí, porque Cristo con su resurrección nos ha devuelto la alegría.
La alegría de la Resurrección es una alegría “motivada”, con raíces e implicaciones muy profundas: es la plenitud del Evangelio, y, además, no es solo la alegría por “su” resurrección, sino por “nuestra” resurrección (Col 3,1, 1 Cor 15), pues en su resurrección hemos resucitado todos.  Y una alegría “motivadora”, portadora de esperanza.
 
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué procesos de renovación personal genera en mi vida la fe en Cristo resucitado?
.- ¿Alegra mi vida la resurrección de Cristo?
.- ¿Soy testigo de esa alegría?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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