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DOMINGO XI -B-

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.

DOMINGO XI -B-

 
 
1ª Lectura: Ezequiel 17,22-24.
 
    Esto dice el Señor Dios:
    Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas. Y todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.
 
*** *** ***
 
    Dios no abandona ni olvida su promesa. En lenguaje poético el profeta Ezequiel denuncia un pecado y anuncia un futuro de salvación para el pueblo. De un cedro, paradigma de árbol noble, Dios tomará una rama pequeña que plantará en “el alto monte de Israel”, dando origen a un reino poderoso y universal. Si en un principio el oráculo alimentó la esperanza de un regreso de los desterrados en Babilonia a la patria con la dinastía legítima renovada, más tarde se leyó como profecía mesiánica. Con esta alegoría quiere el profeta recrear la esperanza en un futuro nuevo, originado en Dios y sustentado en su providencia, que elige “lo debil del mundo” (1 Cor 1,27) y “enaltece a los humildes” (Lc 1,52). Israel tendrá futuro, porque su futuro está en Dios. Jesús será esa rama, origen de un nuevo reino, el reino de Dios, donde vendrán las aves a anidar (Mt 13,32).
 
2ª Lectura: 2 Corintios 5,6-10.
 
    Hermanos:
    Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que mientras vivimos, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Y es tal nuestra confianza, que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.
 
*** *** ***
 
    El cristiano es un ser radicado en la esperanza. Las realidades de este mundo no le obnubilan. Lo único importante es vivir para el Señor; el único que emitirá un juicio sobre la vida. Pablo sitúa estas reflexiones en el marco de las tribulaciones y esperanzas que conlleva el ministerio (2 Cor 4,7-5,10).  La pasión por estar definitivamente con Cristo suscita en él estas expresiones. “Destierro” y “patria” expresan dos situaciones del cristiano: una, la provisionalidad; otra, lo definitivo. Mientras, “caminamos guiados por la fe”, orientados hacia Cristo, ante quien se desvelarán definitivamente nuestras vidas. Los vv. finales no son una amenaza sino una exhortación a la fidelidad al Señor. Puede verse a este respecto Rom 8, 31-39.
 
Evangelio: Marcos 4,26-34
 
    En aquel tiempo decía Jesús a las turbas: El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
    Dijo también: ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.
    Con muchas parábolas parecidas les explicaba la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a los discípulos se lo explicaba todo en privado.
 
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   El texto tiene un doble perfil: doctrinal (explicación del misterio del Reino de Dios) y biográfico (aporta informaciones sobre la praxis pastoral/catequética de Jesús). Comenzando por este último perfil: Jesús era un maestro popular, acomodándose a las capacidades de comprensión de sus oyentes; es un maestro que visualiza el mensaje a través de ejemplos (parábolas); les habla de su mundo (agrícola, ganadero, doméstico…). Es interesante el matiz de que a sus discípulos les reservaba una ulterior explicación (porque serán ellos los encargados de ultimar y anunciar su mensaje).
   Respecto del perfil doctrinal, Jesús propone con dos imágenes, la de la semilla y la del grano de mostaza, que la iniciativa siempre es de Dios -el Sembrador-, y que su estrategia es deslumbrante por su originalidad: escoge lo menor para instaurar su Reino. Y ese Reino deberá pasar por la crisis del enterramiento germinal, del crecimiento lento en medio de dificultades, pero dará fruto a su tiempo; un tiempo que lo marca el dinamismo de la semilla y la providencia de Dios. Jesús pretende con estas parábolas activar la esperanza verdadera, no favorecer la pereza irresponsable. Con la de la mostaza, además, subraya la universalidad del Reino. La semejanza con la imagen de Ezequiel es patente: Dios es quien dirige la historia, pero no al margen de la historia. Es un agricultor activo y paciente.  
 
REFLEXIÓN PASTORAL
 
    Las lecturas bíblicas de este domingo giran todas ellas, aunque con matices peculiares, sobre el tema de la esperanza. Y si de algo  comenzamos a presentar carencias importantes es de esperanza. Hoy esa falta de esperanza ha recibido un nombre: desencanto. Y ese desencanto acampa no solo en la sociedad, sino que también se ha introducido en la misma Iglesia, bajo la forma de cansancio y escepticismo. Muchos cristianos hoy aparecemos cansados y desorientados por las prisas de unos y los retrasos de otros; por los progresismos de unos y los conservadurismos de otros…
     Necesitamos alzar los ojos y clavarlos en la verdadera fuente de esperanza: Cristo. Quizá no somos lo suficientemente claros los cristianos al proclamar los motivos de nuestro esperar, y con ello contribuimos al confusionismo y a la ambigüedad.
     Es Jesucristo, solo Él, el núcleo y el motivo de nuestra esperanza, porque solo Él es nuestra salvación. Y afirmar esto no es devaluar las esperanzas humanas, que en buena parte hemos de compartir, pero sí una crítica profunda de las mismas. Y la geografía de esa esperanza es una geografía “nueva”, inédita aún: “unos cielos nuevos y una tierra nueva donde habite la justicia”.(2 Pe 3,13-15).
      El motivo de la esperanza cristiana es la fe en Dios y en el hombre. Porque el cristiano no puede hablar de Dios sin hablar del hombre, ni hablar del hombre sin evocar a Dios, que se ha hecho hombre; ni tampoco puede esperar en Dios sin hacerlo, a su vez, en el hombre.
      Si en el mundo hay falta de esperanza es, en parte, imputable a los cristianos, que no sabemos crearla. Porque no se trata solo de que tengamos esperanza, sino de que la ofrezcamos.
     Hoy casi nadie se fía de nadie… La inseguridad se ha convertido en la excusa para desconfiar de todo y de todos. Hemos comenzado a fortificar nuestras casas y a recluirnos en nuestros egoísmos y recelos. ¡No se puede vivir desconfiando! ¡Esa es la mayor inseguridad! Muchos hombres y mujeres se han hundido en lo que llamamos delincuencia o mala vida porque no encontraron personas que les concedieran, en sus primeros momentos de equivocación, un poco de credibilidad y confianza. Porque en toda persona hay una “plusvalía”, un porcentaje divino que la revaloriza. Hay que trascender las apariencias, para mirar con el corazón, porque “lo esencial es invisible a los ojos”. Lo dijo Jesús: “Los limpios de corazón verán a Dios” (Mt 5,8) en el hombre.
     La esperanza es la posibilidad que el hombre tiene de transcenderse a sí mismo y a las contradicciones de la vida; la posibilidad de no quedar atrapado en los estrechos horizontes del consumismo, del utilitarismo o del hedonismo. Tener esperanza es afirmar, sin ambigüedades, la existencia de otra dimensión, como nos recuerda hoy san Pablo, frente a los que quieren silenciar este aspecto.
     Tener esperanza es aceptar ser semilla que germina a través del silencio y el dolor. La semilla está en la raíz de las cosas: es invisible (encerrada en la tierra), pero deslumbrante en el fruto. Jesús recurrió frecuentemente a la “semilla” como imagen de esperanza, de silencio, de dinamismo interior, de humildad, de providencia de Dios. Ser semilla de evangelio es la vocación del cristiano. Es fácil saber cuántas semillas hay en una manzana, pero solo Dios sabe las manzanas que hay en una semilla. Solo Él sabe las posibilidades de la semilla. 
    Aceptar ser semilla es entregar la vida a las manos de Dios, el buen sembrador.  Es aceptar con paz la propia limitación y la limitación del hermano. Es ser optimista, porque Dios actúa en el mundo y en el hombre, y continúa sembrando pequeñísimos granos de mostaza,  que acabarán por ofrecer acogida a los deseos e inquietudes de los hombres. 
    Los fuertes, ante las dificultades, esperan; los débiles, se refugian en los sueños. Que el Cuerpo y la Sangre del Señor alimenten nuestra esperanza y nos conviertan en testigos inequívocos de ella ante los hombres.
 
REFLEXIÓN PERSONAL
 
.- ¿Soy semilla de esperanza?
.- ¿Soy sembrador de esperanza?
.- ¿Quién fundamenta mi esperanza?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
 
 
 

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