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Domingo XIII. Tiempo Ordinario -C-

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap

Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: Te seguiré a donde vayas. Jesús le respondió: Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza.

Domingo XIII. Tiempo Ordinario -C-

1ª Lectura: I Reyes 19,16b. 19-21
En aquellos días, el Señor dijo a Elías: Unge como profeta sucesor a Eliseo, hijo de Safat, natural de Abel-Mejolá.  Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando, con doce yuntas en fila y él llevaba la última. Elías pasó a su lado y le echó encima su manto.
Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió: Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo. Elías contestó: Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?
Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego de los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a sus órdenes”.
 
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Elías que, desmoralizado por las amenazas de Jezabel, había huido al Horeb (I Re 19, 2-8), recibe de Dios la orden de regresar y de elegir a Eliseo como profeta y sucesor (I Re 19,15-16). La obra de Dios debe seguir adelante. Los vv 19-21 pertenecen al denominado ciclo de Eliseo (II Re 2-13). Este era un agricultor. El paso de Elías junto a él le cambió la vida. El manto no solo era ropa de abrigo, simbolizaba la personalidad y los derechos de su dueño. Además el manto de Elías tenía una eficacia milagrosa (II Re 2,8). Elías adquiere así un derecho sobre Eliseo. Eliseo acepta la invitación y, tras “quemar” los aperos de labranza, se convirtió en discípulo de Elías. 
 
2ª  Lectura: Gálatas 4,31b-5,1. 13-18
Hermanos:
Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo”.
Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente. Yo os lo digo: Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. Pero si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley”.
 
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La libertad es el horizonte del cristiano y la gran conquista de Cristo. Una libertad para ser  asumida y vivida. Pero esa libertad no es un “ídolo”. Pablo no invita a la anarquía ni a la autosuficiencia. La libertad cristiana debe estar normada por el amor. La libertad impide esclavizar a nadie, poniéndolo a nuestros pies, pero nos hace esclavos, poniéndonos a los pies de los demás, asumiendo la actitud de Jesús (Jn 13,4-5), por amor. Pablo no es ingenuo: sabe de las tensiones existentes en las comunidades. Por eso, al tiempo que exhorta, denuncia. El proceder cristiano debe estar inspirado por el Espíritu, no por las tendencias de la carne. El cristiano no solo debe rehuir “el yugo de la esclavitud” (la circuncisión que querían imponer los judaizantes) sino “todo” yugo (“las obras de la carne” cf. Gál 5,19).  La libertad cristiana es libertad “de” todo lo que oprime, y libertad “para” poner todo, la vida, al servicio de las urgencias del amor (II Co 5,14). 
 
Evangelio: Lucas 9,51-62
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: Te seguiré a donde vayas. Jesús le respondió: Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame primero ir a enterrar a mi padre. Le contestó: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo: Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó: El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.
 
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Jesús decide orientar sus pasos hacia Jerusalén. Ha de atravesar Samaría, y envía a algunos para buscar alojamiento. En una aldea no fue aceptado por su condición de judío (“los judíos no se tratan con los samaritanos” Jn 4,9). El mismo Jesús en un primer momento advertirá a los discípulos de no entrar en los poblados de samaritanos (Mt 10,5). La reacción de Santiago y Juan es desechada por el Maestro. Que no ha venido a abrirse camino a sangre y fuego, sino a abrir camino entregando su propia sangre.
En ese camino aparecen tres personas; la primera pide ser admitida en su compañía. Jesús le responde con realismo, haciéndole ver cómo acababan de negarle un techo para hospedarse. La segunda es invitada por Jesús al seguimiento. Pero ésta pide un tiempo de demora. “Ir a enterrar a mi padre” equivale a: “lo haré cuando haya fallecido mi padre” (no es que su padre ya hubiera muerto y fuera inminente la sepultura). La tercera, se ofrece, pero pone unas condiciones que, en principio, parecen lógicas. Sin embargo Jesús radicaliza el seguimiento. El seguimiento de Jesús supera al de Eliseo respecto de Elías.
 
REFLEXIÓN PASTORAL
El evangelio de este domingo nos habla del seguimiento de Cristo. Lo hace con expresiones chocantes a nuestros oídos, demasiado contemporizadores. Jesús no fue un rompefamilias, ni un ser sin entrañas, al contrario. Entonces, ¿qué nos quiere decir con estas expresiones?
 
Que en la vida, y en la vida de fe también, hay que priorizar. Que nada, ni nadie, deben impedir la respuesta fiel a la llamada del Señor. En eso consiste la libertad cristiana de la que nos habla la segunda lectura: una liberación de todo, hasta de uno mismo -de los amores y los temores- para seguir a Jesús. En eso consiste la verdadera “practica” religiosa; no en un cumplimiento superficial de normas, sino en la introducción de Cristo en el corazón, hasta convertirlo en nuestro criterio y norma de vida.
 
El conocimiento de Cristo es gracia, decíamos el pasado domingo, pero, además, implica, su seguimiento; significa no perderle nunca de vista. “Corramos con constancia en la carrera que nos toca, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús” (Heb 12,1-2). ¡Una advertencia muy oportuna! El cristiano nunca debe perder de vista a Jesucristo como referencia primordial de la vida, so pena de despistarse, adentrándose por caminos equivocados y estériles: caminos que no conducen a “ninguna parte”.
 
Y este seguimiento no es cuestión de intuiciones personales más o menos bienintencionadas, discontinuas e intermitentes.  Se trata de “conocerlo a él” (Flp 3,10), de “ganar a Cristo y ser hallado en él” (Flp 3,8-9), de personalizar “los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,5), de “caminar como él caminó” (I Jn 2,6)... y eso no se improvisa.
 
Al “seguimiento cristiano” le es imprescindible un talante contemplativo e interiorizador de la persona de Jesús, hasta el punto de experimentar su presencia como una seducción permanente (Flp 3,12) inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 8,8). “De oídas” podrá iniciarse el seguimiento, pero no puede mantenerse; tiene que resolverse en el encuentro y conocimiento personales. Cristiano es el hombre que ha descubierto a Cristo como el sentido de su vida; es aquél para quien Cristo es norma y camino, con todo lo que esto tiene de configurante y decisivo.
 
¡No perderle de vista! Y esto significa descubrirle como inspirador permanente de las opciones de vida concreta.
Quizá lo prosaico de nuestra vida, la carencia de profundidad en nuestros compromisos..., todo eso que en momentos de sinceridad calificamos de inauténtico, se deba, en última instancia, a que no hemos descubierto de verdad a ese Jesús a quien religarnos, y por eso nos cuesta tanto desligarnos de tantas cosas que lastran nuestra vida.
 
Un seguimiento que implica asumir el “estilo” de Jesús: su radicalidad, generosidad y decisión. Y también el no ser acogidos en ciertos espacios o foros desafectos a su causa, como le ocurrió en esa aldea de Samaría, porque Jesús es alternativo y portador de alternativas. ¿Demasiado, verdad? Sí, para nuestra debilidad congénita; pero posible si nos alimentamos con el pan eucarístico: pan de fortaleza para los débiles, luz para nuestras oscuridades y esperanza para nuestros desalientos. 
 
REFLEXIÓN PERSONAL
- ¿Qué priorizo en mi vida?
- ¿Es Jesús el referente de mi vida?
- ¿Vivo en la libertad de los hijos de Dios?
 
Domingo J. Montero Carrión, OFMCap.

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