DOMINGO XV -C- (Día 10)
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”
“¿Quién es mi prójimo?” El escriba, nos dice el evangelio, formuló la pregunta “queriendo justificarse” y, además, con una clara intención de delimitar, precisar y, por lo tanto, de excluir a alguien del concepto “prójimo”. Quería saber quién no era su prójimo.
Con su respuesta, mediante la parábola del buen samaritano, Jesús introduce un matiz importante. No se trata tanto de saber teóricamente quién es mi prójimo, sino de saberse cada uno, y prácticamente, prójimo -próximo- a los demás.
“¿Quién de los tres -levita, sacerdote o samaritano- te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?... El que tuvo compasión de él. Anda y haz tú lo mismo”.
Frecuentemente al comentar esta parábola nos detenemos y hasta nos ensañamos con el sacerdote y el levita, olvidándonos de verificar si nosotros somos verdaderos y buenos prójimos.
Hoy este tema es de sangrante actualidad, porque hoy la marginación, la soledad y el abandono inundan nuestras geografías. Y cuando lo más cómodo es ignorar, desentenderse, dar un rodeo en la vida, para no encontrarse con el otro y sus problemas, cuando, quizá, pretendemos ir linealmente, “directamente” a Dios, Dios nos sale al encuentro y nos pregunta: “¿Dónde está tu hermano?”(Gén 4,9).
Imposible la pretensión de querer o creer vivir de cara a Dios y de espaldas al prójimo. Imposible saber dónde está Dios desconociendo la situación del hermano. Él es la brújula que nos marca la posición de Dios.
En esta sociedad tan crispada y dividida por intereses y miedos, resulta cada vez más difícil acercarse sin prevenciones a los demás. Ya sé que no se puede ser ingenuos, que la vida se ha vuelto muy complicada, que hay timadores e inseguridad...; pero creo que los niveles que están alcanzando la desconfianza y el miedo no son justos. ¡No se puede, por cualquier pretexto, vivir desconfiando, sospechando o desentendiéndose del hermano! ¡Ésa es la mayor inseguridad!
Muchas personas se han hundido en lo que llamamos “mala vida” porque no han encontrado personas que les concedieran un poco de credibilidad y confianza. Y en toda persona hay una “plusvalía”, un coeficiente divino que lo revaloriza: el amor de Dios. No verlo no sólo es ceguera sino injusticia. Hay que ir, pues, más allá de las apariencias para mirar con el corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos. Lo dijo Jesús: “Los limpios de corazón verán a Dios” (Mt 5,8). “¿Cuándo te vimos hambriento, desnudo, en la cárcel...? Cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos, lo hicisteis conmigo” (Mt 25,37-40).
Dios lo ha querido así para que no nos autosugestionáramos ni nos confundiéramos: “Si ves a tu hermano pasar necesidad y no le ayudas, ¿cómo puede permanecer en ti el amor de Dios?” (I Jn 3,17). Quizá esto pueda ayudarnos a clarificarnos y a descubrir el sinsentido de creer y orar cada uno a “su” Dios, cuando no hay más que uno. El que nos ha dicho: tuve hambre (y no sólo de pan sino de amor), tuve sed (y no sólo de agua sino de verdad), estuve desnudo (y no sólo de ropa sino de esperanza), estuve enfermo (y no sólo corporalmente sino de espiritualmente), estuve preso (y no sólo en cárceles sino en profunda soledad)... Y tú, ¿qué? Quizá preocupado sólo por ti y tu perfección recorriste el camino, y perdiste la oportunidad de ser amor, verdad, esperanza, alegría, libertad y compañía para tu hermano.
No lo olvidemos. “Maestro, ¿qué debo hacer para guardar la vida eterna? ... Amarás al Señor tu Dios..., y a tu prójimo”. La respuesta es AMAR, y eso implica, entre otras cosas, saber dar razón de nuestro hermano. ¿Dónde está tu hermano? Una buena pregunta para saber dónde está Dios..., y dónde estamos nosotros.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento al otro como prójimo, y me siento prójimo?
.- ¿Siento a Dios como prójimo?
.- ¿Sé descubrir la plusvalía divina presente en cada persona?