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DOMINGO XVI -C- (Día 17)

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

DOMINGO XVI -C- (Día 17)


¿Señor, quien puede hospedarse en tu tienda?” La hospitalidad, la acogida a distintos niveles es el mensaje de los textos bíblicos de este domingo.
El salmo responsorial nos presenta a un Dios acogedor del hombre, al tiempo que nos avanza el requisito para ser su huésped, para entrar y morar en “su tienda”. Y las tres lecturas nos presentan a un Dios que busca ser acogido en la tienda del hombre, en su corazón.

Así la primera lectura, tomada del Génesis, nos muestra a Abrahán acogiendo la presencia misteriosa de Dios, por lo que  fue bendecido con una descendencia que perpetuaría su nombre; en el Evangelio, Jesús es acogido por unos amigos y nos lega un mensaje clarificador; y en la carta a los Colosenses aparece cómo Pablo, ejemplo de todo discípulo y apóstol, acoge a Jesús en su corazón, la auténtica morada que ansía el Señor. 

Si no lo hubiera dicho Jesús, nosotros habríamos dado la razón a Marta. Sintonizamos más fácilmente con su activismo, que con la “inactividad” de María. Pero así de sorprendente es el evangelio. “María ha escogido la mejor parte”.  Jesús no descalifica el servicio de Marta (era una forma de expresar su amor al Maestro), lo clarifica advirtiendo sobre la necesidad de discernir  valores y prioridades. 

No se trata de introducir divisiones entre oración y acción -una vida cristiana sin  oración, es una vida cristiana profundamente debilitada, imposible, y una vida cristiana sin acción, sin compromiso, es una vida cristiana alienada, también imposible-, sino de clarificar ambas cosas,  de discernir valores y prioridades. Una acción alimentada en la contemplación y una contemplación verificada en la acción.

Marta se afanaba por la alimentación de Jesús, olvidando que “yo tengo otro alimento..., hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4,32.34). Se preocupaba  sólo por el pan, olvidando que “el hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).

Ya, en otra ocasión, ante las pretensiones de algunos familiares, Jesús introdujo una aclaración importante: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). Y en la misma línea, la alabanza que una mujer hizo de su madre (“Dichoso el seno que te llevó...”) recibió una matización importante: “Dichosos, más bien, los que escuchan la palabra de Dios”.  Y es que necesitamos escuchar la palabra de Dios y meditarla para no olvidarnos de Dios; necesitamos ese momento contemplativo para proveernos de la Verdad -que no se improvisa-; para no andar vacíos de criterios o con criterios vacíos; para que nuestra actividad no nos deshaga, ni nuestro servicio acabe en servilismos...

María escogió la mejor parte, pero no la parte más fácil, pues quien se decide a escuchar a Dios ha de comenzar por aceptar silencios profundos, porque la voz de Dios no es compatible con ciertos “ruidos”...  Y eso nos da miedo; y, por eso, nos quedamos con palabras vanas, quizá bonitas, halagadoras y hasta piadosas..., pero no salvadoras.


Jesús nos dice que es la mejor parte, porque desde ella se clarifica y adquiere calidad nuestro ser y nuestro quehacer, es decir, nuestra vida.
Por eso no hay que olvidar que el personaje central es Jesús, Palabra encarnada de Dios. Un Jesús profundamente humano, que se deja querer, que acepta la invitación de unos amigos, y que  busca ser hospedado, acogido - “mira que estoy a la puerta llamando; si alguno me abre entraré y cenaré con él” (Ap 3,20)-, para seguir con su misión: evangelizar la vida.


En este tiempo de verano, de descanso para muchos, no para todos, acojámonos al Señor -“¿quién puede hospedarse en tu tienda?”- y acojamos al Señor, escuchando su palabra y poniéndola por obra. Porque el tiempo de descanso no puede ser un tiempo muerto ni neutro, un tiempo perdido. El descanso es, más bien, una oportunidad para agradecer a Dios este tiempo, que él inaguró después de la creación, viviéndolo, y no sólo “pasándolo” como un mero tiempo de ocio, sino como un tiempo de gracia.   


REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Priorizo en mi vida la escucha de la palabra de Dios?
.- ¿Es la palabra de Dios quien inspira mi servicios?
.- ¿Soy hospitalario para acoger al que lo necesita?

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