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Domingo XVI. Tiempo Ordinario -C-

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap

Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán

Domingo XVI. Tiempo Ordinario -C-

1ª Lectura Génesis 18,1-10a
 
En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo: “Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol.  Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerza antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo”. 
 
Contestaron: “Bien, haz lo que dices”. Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo: “Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza”. Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron. Después le dijeron: “¿Dónde está Sara, tu mujer?” Contestó: “Aquí, en la tienda”. Añadió uno: “Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”.
 
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La promesa hecha por Dios a Abrahán (Gn 17,15-22) se retrasa. A pesar del nacimiento de Ismael, Abrahán espera a la puerta de la tienda. Este relato narra una aparición de Dios (vv. 1.3), acompañado de dos hombres, que según Gén 19,1 son dos ángeles. El texto vacila entre el singular y el plural. Muchos Padres han visto en estos tres personajes y en la adoración única de Abrahán un anuncio del misterio de la Trinidad. Dios en esta aparición reitera a Abrahán la promesa de una descendencia a través de Sara. Y, además, le marca la fecha de cumplimiento. Esa esperanza de Abrahán, “contra toda esperanza” (Rom 4,18), le convirtió en “padre de los creyentes” (Rom 4,11) y en modelo de creyentes (Heb 11,8). Sin embargo, Isaac no agota la promesa, que hallará su plenitud en Jesucristo
 
2ª Lectura: Colosenses 1,24-28
 
Hermanos: 

Ahora me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el Misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos. A estos ha querido Dios dar a conocer la gloria y riqueza que este Misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo.
 
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Para animar a los Colosenses a participar en los duros trabajos del Evangelio, Pablo muestra su alegría de sufrir por Cristo y por los cristianos. Eso forma parte de su misión y de su condición de identificado con Cristo. Él no completa, porque fuera incompleta en sí, la obra de Cristo, sino porque cumple una de sus demandas: la incorporación personalizada a ella: “El que quiera…, tome la cruz y me siga” (Mc 8,34). Y eso supone asumir los sufrimientos que conlleva la evangelización. Esa misión desvela el gran Misterio de la llamada universal a la salvación, que hace posible Cristo, la verdadera esperanza del mundo.
 
 
Evangelio: Lucas 10, 38-42
 
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. Pero el Señor le contestó: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.
 
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Las dos hermanas evocan y parecen responder tipológicamente a las que aparecen en el relato de la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44). Solo Lucas narra esta escena. En su sencillez el relato es elocuente. Nos habla de la “normalidad” de Jesús. La acogida de Marta supone que conocía al Maestro. Su afán en el servicio deja suponer que Jesús no entró solo en casa, sino acompañado de sus discípulos. Por otra parte, las palabras  de Jesús parece que  no se dirigirían solo a María sino a un grupo más amplio de oyentes. De esta escena se han destacado siempre las palabras de Jesús a Marta, que no descalifican su actitud de servicio -Jesús vino a servir-, pero la matizan. Hay que discernir: la escucha de la palabra de Dios es prioritaria, porque ese es el servicio más importante que ha de ejercitar el discípulo. Ambas hermanas encarna dos dimensiones del discipulado: escucha y servicio, pero por orden.
 
Reflexión Pastoral
 
¿Señor, quien puede hospedarse en tu tienda?” (Sal 15,1). La hospitalidad, la acogida a distintos niveles es el mensaje de los textos bíblicos de este domingo.
El salmo responsorial nos presenta a un Dios acogedor del hombre, al tiempo que nos avanza el requisito para ser su huésped, para entrar y morar en “su tienda”. Y las tres lecturas nos presentan a un Dios que busca ser acogido en la tienda del hombre, en su corazón.
 
Así la primera lectura, tomada del Génesis, nos muestra a Abrahán acogiendo la presencia misteriosa de Dios, por lo que  fue bendecido con una descendencia que perpetuaría su nombre. En el evangelio, Jesús es acogido por unos amigos, y nos lega un mensaje clarificador; y en la carta a los Colosenses aparece cómo Pablo, ejemplo de todo discípulo y apóstol, acoge a Jesús en su corazón, la auténtica morada que ansía el Señor. 
 
Si no lo hubiera dicho Jesús, nosotros habríamos dado la razón a Marta. Sintonizamos más fácilmente con su activismo, que con la “inactividad” de María. Pero así de sorprendente es el evangelio. “María ha escogido la mejor parte”.  Jesús no descalifica el servicio de Marta (era una forma de expresar su amor al Maestro), lo clarifica advirtiendo sobre la necesidad de discernir  valores y prioridades. 
 
No se trata de introducir divisiones entre oración y acción -una vida cristiana sin  oración, es una vida cristiana profundamente debilitada, imposible, y una vida cristiana sin acción, sin compromiso, es una vida cristiana alienada, también imposible-, sino de clarificar ambas cosas,  de discernir valores y prioridades. Una acción alimentada en la contemplación y una contemplación verificada en la acción.
 
Marta se afanaba por la alimentación de Jesús, olvidando que “yo tengo otro alimento..., hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4,32.34). Se preocupaba  sólo por el pan, olvidando que “el hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
 
Ya, en otra ocasión, ante las pretensiones de algunos familiares, Jesús introdujo una aclaración importante: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). Y en la misma línea, la alabanza que una mujer hizo de su madre -“Dichoso el seno que te llevó..”- recibió una matización importante: “Dichosos, más bien, los que escuchan la palabra de Dios” (Lc 11,27-28).  Y es que necesitamos escuchar la palabra de Dios y meditarla para no olvidarnos de Dios; necesitamos ese momento contemplativo para proveernos de la Verdad – que no se improvisa -; para no andar vacíos de criterios o con criterios vacíos; para que nuestra actividad no nos deshaga, ni nuestro servicio acabe en servilismos...
 
María escogió la mejor parte, pero no la parte más fácil, pues quien se decide a escuchar a Dios ha de comenzar por aceptar silencios profundos, porque la voz de Dios no es compatible con ciertos “ruidos”...  Y eso nos da miedo. Y, por eso, nos quedamos con palabras vanas, quizá bonitas, halagadoras y hasta piadosas..., pero no salvadoras. Jesús nos dice que es la mejor parte, porque desde ella se clarifica y adquiere calidad nuestro ser y nuestro quehacer, es decir, nuestra vida.
Por eso no hay que olvidar que el personaje central es Jesús, Palabra encarnada de Dios. Un Jesús profundamente humano, que se deja querer, que acepta la invitación de unos amigos, y que  busca ser hospedado, acogido - “mira que estoy a la puerta llamando; si alguno me abre entraré y cenaré con él” (Ap 3,20 -, para seguir con su misión: evangelizar la vida.
 
En este tiempo de verano, de descanso para muchos, no para todos, acojámonos al Señor -“¿quién puede hospedarse en tu tienda?”- y acojamos al Señor, escuchando su palabra y poniéndola por obra. Porque el tiempo de descanso no puede ser un tiempo muerto ni neutro, un tiempo perdido. El descanso es, más bien, una oportunidad para agradecer a Dios este tiempo, que él inaguró después de la creación, viviéndolo, y no sólo “pasándolo” como un mero tiempo de ocio, sino como un tiempo de gracia.  
 
Reflexión personal
 
- ¿Priorizo en mi vida la escucha de la palabra de Dios?
- ¿Es la palabra de Dios quien inspira mi servicios?
- ¿Soy hospitalario para acoger al que lo necesita?
 
Domingo Montero, OFM Cap.

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