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DOMINGO XVII -A-

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap

El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.

DOMINGO XVII -A-

1ª Lectura: 1 Reyes 3,5.7-12.
 
    En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: Pídeme lo que quieras.
    Respondió Salomón: Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?
    Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello y Dios le dijo: Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riqueza ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrás después de ti.
 
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     La oración de Salomón pidiendo al Señor discernimiento para servir, y no poder, es bien vista por Dios. Y marca el sentido por donde debemos caminar en nuestra oración de petición. San Pablo también oraba para que Dios dotara a la comunidad de espíritu de sabiduría y revelación para conocerle, iluminando los ojos del corazón (cf. Ef 1,17.18).
 
 
2ª Lectura: Romanos 8,28-30.
 
    Hermanos:
    Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
 
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    Dios es un buen referente. El amor y la fe en él salvan la existencia. Él nos ha destinado a ser imagen de su Hijo, a configurarnos con él, integrándonos en su familia, personalmente pero no aisladamente.  Este es el contenido profundo de la dignidad, de la responsabilidad y de la esperanza cristianas. 
 
Evangelio: Mateo  13,44-52.
 
    En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
    El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.
    El Reino de los Cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto? Ellos contestaron: Sí. Él les dijo: ya veis, un letrado que entiende del Reino de los Cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.
 
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      Estas parábolas son propias del evangelio de Mateo. El Reino de Dios es una realidad preciosa, sorprendente, por la que hay que apostar decididamente y con alegría. La parábola de la red apunta a una ulterior realidad: la postura que se adopte ante el Reino de Dios no será irrelevante, pues habrá un juicio, una evaluación final. Dios no excluye, pero puede haber quienes le excluyan a él y se autoexcluyan. Sin embargo, el juicio, la selección queda en las manos del Dios de la misericordia, capaz de revertir ese juicio en la oferta definitiva de su amor infinito.
 
 
REFLEXIÓN PASTORAL
 
    Vivir la fe como “un tesoro escondido” (Mt 13,44), como “una perla de gran valor” (Mt 13,46), no parece ser la experiencia de la mayoría de los cristianos o, al menos, no es esa la sensación que transmitimos; más bien sucede lo contrario, la de sentirla como una carga pesada que nos obliga y fatiga o, en todo caso, algo que no nos motiva excesivamente.
    Nos cuesta visibilizar la dimensión gozosa de la fe. Parece que, como diría el profeta, “la alegría ha huido de nuestra tierra” (Is 24,11). Llamamos “celebración” a la eucaristía, aspecto difícilmente reconocible por nadie ajeno que entrase en nuestras iglesias. Hemos formalizado y ritualizado todo tanto, que cuesta fatiga descubrir y vivir esa dimensión gozosa de la fe. Y vivir el seguimiento de Jesús como una gracia y no como una pena es el secreto para vivirlo de verdad.
     San Pablo, en la carta a los Romanos nos habla de la maravilla y de la excelencia de haber sido encontrados, elegidos y amados por Dios. Él lo vivió así, y lo agradeció de todo corazón.
    En el Evangelio, en esas dos miniparábolas, la del tesoro y la de la perla, Jesús nos dice que la opción por él, por el Reino de Dios, es la opción más inteligente y con más futuro, aunque nos cueste. Porque esta es la otra lección: Jesús y el Reino de Dios son un regalo, pero no son una baratija.
     Hay que “venderlo todo”. Jesús no lo ocultó nunca: “Quien quiera seguirme…” (Mc 8,34). Se lo dijo a los discípulos, que lo dejaron todo, y a otros  que se retiraron porque eran muy ricos. “Venderlo todo” no es una invitación a la frustración, sino a la realización; no es una llamada al empobrecimiento sino al enriquecimiento; un enriquecimiento paradójico, porque “el que ama su vida, la perderá…” (Lc 9,24). Invitación a invertir en valores de futuro, perennes, a los que no afecta la devaluación, “ni la polilla los corroe” (Lc 12,33).
    No se trata tanto de enajenar nuestros “bienes” cuanto de enajenar nuestros “males”, los que obstaculiza el seguimiento de Jesús. Y  hacerlo “con alegría”. 
    Para ello necesitaremos como Salomón (1ª lectura) que Dios nos de el discernimiento para hacer esa lectura correcta de las experiencias de la vida, y que configure nuestro corazón a su imagen y semejanza, para buscar y vivir su voluntad. Porque no es posible intentar “servir a dos señores” (Lc 16,13), viviendo fracturados, con referencias opuestas. Convertir al Señor en nuestra porción (Sal 119,57), en nuestra opción, es la decisión mejor y la más inteligente.
 
REFLEXIÓN PERSONAL
 
.- ¿Manifiesto el gozo de haber sido encontrado por Dios?
.- ¿Apuesto con alegría por el Reino de Dios?
.- ¿Cuáles son os contenidos de mi oración?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCAp.

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