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DOMINGO XVII -C- (Día 24)

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

DOMINGO XVII -C- (Día 24)

El pasado domingo nos decía Jesús: “María ha escogido la mejor parte”. Hoy escuchamos esta petición de los discípulos: “¡Señor, enséñanos a orar!”  
¿Pero es posible orar hoy? ¿Sirve para algo?  Orar no solo es posible, sino urgente. El hombre sufre un acoso implacable a su verdad más profunda; más que nunca está expuesto a la equivocación; se experimenta indigente de sentido; busca un interlocutor  válido de quien fiarse y a quien confiarse sin temor a ser defraudado; vive en una dispersión interior y exterior..., y necesita reencontrase, verificar su posición, hallar ese espacio de confianza, de veracidad y de libertad..., y la  oración es la posibilidad de encontrar orientación a esa situación.
 
Pero la necesidad cristiana  de orar no se justifica desde las carencias, desde los riesgos y enigmas del hombre. Es más bien la manifestación de una nostalgia, la de Dios, de cuyas manos salimos y  a las que buscamos retornar para recobrar nuestro ambiente original. Es decir, que no oramos tanto por ser pobres y necesitados, cuanto por ser hijos. Por eso solo el Hijo puede enseñarnos a orar.
 
Porque la oración cristiana tiene sus peculiaridades y hasta sus incompatibilidades. No es un paréntesis que abrimos en la vida para hablar con Dios, ni una mera devoción o un acto más de piedad. Orar es estar abiertos en todas las situaciones de la vida a la búsqueda y aceptación de la voluntad de Dios... 
No es presentar a Dios nuestros proyectos, perfectamente delimitados, para que Él los rubrique; es presentarnos  para que Dios plasme en nosotros su proyecto. 
No oramos para estar seguros y tranquilos, sino para escuchar cada día la voz del Señor que nos invita a salir de nosotros mismos, para seguir su camino. 
No oramos para inmunizarnos ante las cuestiones más agudas y dolorosas de la existencia, sino para saber asumirlas e interpretarlas... 
Por eso orar es mucho más que rezar, aunque el rezo sea también una forma de oración.
 
La oración pone en movimiento no los labios sino el corazón, por eso “al orar no digáis muchas palabras...” (Mt 6,7.).
La oración es un acto de fe, por eso, “cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis” (Mc 11, 24).
La oración no es ostentación ni ruido, por eso “cuando ores entra en tu cuarto...”(Mt 6,6)
La oración es comunión, por eso “si al presentar tu ofrenda ante el altar...” (Mt 5,23ss). 
La oración debe ser perseverante, “porque quien pide, recibe” (Lc 11,10). 
La oración debe ser cristiana, por eso “pedid en mi nombre” (Jn 14,14).
La oración debe ser perseverante, por eso “pedid, buscad, llamad…” (Mt 7,7)
La oración debe ser filial, por eso “cuando oréis decid: Padre” (Lc 11,2).
 
A Dios no le molesta nuestra insistencia sino nuestra inconstancia; no son nuestros méritos los que garantizan que nuestra oración sea escuchada, sino el amor de Dios. Y a Dios nos hay que ocultarle ninguna necesidad en nuestra oración, pero hay temas prioritarios  -el Reino y el Espíritu-.
Centrado en lo fundamental, la causa de Dios y las necesidades del hombre, el “Padre nuestro” no es un formulario sino el ideario de los que buscan ante todo el Reino de Dios, confiando “lo demás” a la Providencia; es la oración de los hombres libres que perdonan, comparten y luchan; la oración de los hijos de Dios, y todo hombre lo es. Y desde ahí se nos descubre un horizonte nuevo: el de Dios y el del mundo. La oración es mística y compromiso humanizador.
Tenían razón los discípulos: “¡Señor, enséñanos a orar!”  Porque orar así no es fácil; pero así es como hemos de orar, si queremos hacerlo como seguidores de Jesús. Y sólo así nuestra oración será escuchada.
 
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Soy constante en la oración?
.- ¿Es el “Padre nuestro” mi proyecto de vida, o un rezo rutinario?
.- ¿Soy solícito de las demandas de los que llaman a mi puerta? 

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