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Domingo XVII. Tiempo Ordinario -C-

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap

“Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación”.

Domingo XVII. Tiempo Ordinario -C-

1ª Lectura: Génesis 18,20-32
 
En aquellos días, el Señor dijo: “La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré”. Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán. Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: “¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable, ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?”. El Señor contestó: “Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos”. Respondió Abrahán: “Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?”. Respondió el Señor: “No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco”. Abrahán insistió: “Quizá no se encuentren más que cuarenta”. Le respondió: “En atención a los cuarenta, no lo haré”. Abrahán siguió: “Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?”. Él respondió: “No lo haré, si encuentro allí treinta”. Insistió Abrahán: “Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran solo veinte?”. Respondió el Señor: “En atención a los veinte no la destruiré”. Abrahán continuó: “Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?”. Contestó el Señor: “En atención a los diez no la destruiré”.
 
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El relato es de gran belleza y profundidad. Discurre entre Dios y Abrahán, una vez que los dos acompañantes de Dios marcharon a Sodoma. La acusación contra Sodoma era de inmoralidad (sodomía). Dios quiere verificar la acusación. Abrahán asume el papel de intercesor interesado, pues en Sodoma estaban Lot y su familia, y quiere salvarlos. El diálogo con Dios está construido con sutileza. Abrahán va rebajando el número de justos creyendo poner un tope a Dios, pero Dios accede a cada propuesta de Abrahán. Dios no se cansa de personar, pero Abrahán se cansa de interceder. Se detiene en el número 10, una vez que ha asegurado la salvación de la familia de Lot (Gén 19,15-16). Según Jer 5,1 y Ez 22,30, Dios perdonaría a Jerusalén aun cuando no hallara en ella más que un justo. En Is 53, el sufrimiento del Siervo salvará a todo el pueblo. La misericordia de Dios es infinita y se ha revelado en plenitud en Cristo.
 
2ª Lectura: Colosenses 2,12-14
 
Hermanos:
Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en él, perdonándoos todos los pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.
 
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Cristo ha borrado el protocolo de nuestra condena: la Ley, que nos descubría el pecado, pero no nos daba la fuerza para vencerlo. Esta fuerza nos ha venido de Cristo,  personalización de la misericordia de Dios. El cristiano por la fe en el Señor resucitado se ha incorporado sacramental y realmente a Cristo, pasando de la muerte a la vida, del régimen del pecado al de la gracia. Él es nuestra oración de intercesión ante el Padre.
 
Evangelio: Lucas 11,1-13
 
Una vez que estaba orando Jesús en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación”. Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la media noche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”. Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”. Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”. 

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El texto que ofrece la liturgia de hoy consta de tres bloques: 1) la oración del “Padre nuestro”; 2) la parábola del amigo importuno y 3) la eficacia de la oración.
Mientras los puntos 1) y 3) encuentran paralelos en Mt (6,9-13; 7,7-11), el 2) es propio de Lucas. Respecto del “Padre nuestro” las diferencias entre Mt y Lc son notables: el texto lucano es más breve, contiene cinco peticiones frente a las siete del mateano. También es distinto el contexto del mismo: en Mt la iniciativa parte de Jesús en una instrucción sobre la oración (Mt 6,7-8); en Lucas, a petición de los discípulos. Todo ello deja entrever la existencia de dos recensiones de la oración dominical. A pesar de ser la de Lucas la más breve, se reconoce la antigüedad a la de Mateo.
Con la parábola del amigo importuno Jesús invita a la perseverancia en la oración, y encuentra un duplicado en la parábola de la viuda que demanda justicia (Lc 18,1-8). “Pedid”, “Buscad”, Llamad”… A ello nos invita Jesús.
 
Reflexión Pastoral
El pasado domingo nos decía Jesús: “María ha escogido la mejor parte”. Hoy escuchamos esta petición de los discípulos: “¡Señor, enséñanos a orar!”  
Pero es posible orar hoy? ¿Sirve para algo?  Orar no solo es posible, sino urgente. El hombre sufre un acoso implacable a su verdad más profunda; más que nunca está expuesto a la equivocación; se experimenta indigente de sentido; busca un interlocutor  válido de quien fiarse y a quien confiarse sin temor a ser defraudado; vive en una dispersión interior y exterior..., y necesita reencontrase, verificar su posición, hallar ese espacio de confianza, de veracidad y de libertad..., y la  oración es la posibilidad de encontrar orientación a esa situación.
 
Pero la necesidad cristiana  de orar no se justifica desde las carencias, desde los riesgos y enigmas del hombre. Es más bien la manifestación de una nostalgia, la de Dios, de cuyas manos salimos y  a las que buscamos retornar para recobrar nuestro ambiente original. Es decir, que no oramos  por ser pobres y necesitados, cuanto por ser hijos. Por eso solo el Hijo puede enseñarnos a orar.
 
Porque la oración cristiana tiene sus peculiaridades y hasta sus incompatibilidades. No es un paréntesis que abrimos en la vida para hablar con Dios, ni una mera devoción o un acto más de piedad. Orar es estar abiertos en todas las situaciones de la vida a la búsqueda y aceptación de la voluntad de Dios... 
No es presentar a Dios nuestros proyectos, perfectamente delimitados, para que Él los rubrique; es presentarnos  para que Dios plasme en nosotros su proyecto. 
No oramos para estar seguros y tranquilos, sino para escuchar cada día la voz del Señor que nos invita a salir de nosotros mismos, para seguir su camino.  No oramos para inmunizarnos ante las cuestiones más agudas y dolorosas de la existencia, sino para saber asumirlas e interpretarlas... 
Por eso orar es mucho más que rezar, aunque el rezo sea también una forma de oración. La oración pone en movimiento no los labios sino el corazón, por eso “al orar no digáis muchas palabras...” (Mt 6,7.).
 
       La oración es un acto de fe, por eso, “cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis” (Mc 11, 24).
       La oración no es ostentación ni ruido, por eso “cuando ores entra en tu cuarto...” (Mt 6,6)
       La oración es comunión, por eso “si al presentar tu ofrenda ante el altar...” (Mt 5,23ss). 
       La oración debe ser perseverante, “porque quien pide, recibe” (Lc 11,10). 
      La oración debe ser cristiana, por eso “pedid en mi nombre” (Jn 14,14).
      La oración debe ser perseverante, por eso “pedid, buscad, llamad…” (Mt 7,7)
      La oración debe ser filial, por eso “cuando oréis decid: Padre” (Lc 11,2).

A Dios no le molesta nuestra insistencia sino nuestra inconstancia; no son nuestros méritos los que garantizan que nuestra oración sea escuchada, sino el amor de Dios. Y a Dios nos hay que ocultarle ninguna necesidad en nuestra oración, pero hay temas prioritarios  -el Reino y el Espíritu-.

Centrado en lo fundamental, la causa de Dios y las necesidades del hombre, el “Padre nuestro” no es un formulario sino el ideario de los que buscan ante todo el Reino de Dios, confiando “lo demás” a la Providencia; es la oración de los hombres libres que perdonan, comparten y luchan; la oración de los hijos de Dios, y todo hombre lo es; la oración de los que experimentan la fragilidad y la tentación.   Y desde ahí se nos descubre un horizonte nuevo: el de Dios y el del mundo. La oración es mística y compromiso humanizador.  Tenían razón los discípulos: “¡Señor, enséñanos a orar!”  Porque orar así no es fácil; pero así es como hemos de orar, si queremos hacerlo como seguidores de Jesús. Y sólo así nuestra oración será escuchada.
 
Reflexión personal

- ¿Soy constante en la oración?
- ¿Es el “Padre nuestro” mi proyecto de vida, o un rezo rutinario?
- ¿Soy solícito de las demandas de los que llaman a mi puerta? 
 
Domingo Montero Carrión, OFM Cap.

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