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El SER y el HACER solidario de los religiosos

Valentín Martín

Entonces dirá el rey a los de su derecha. “Venid, benditos de mi Padre” (Mt. 25, 24-46).
Mt 19,21 ya nos llevó en Enero de 2016 a dirigir nuestra pluma a la vida consagrada y al valor de la pobreza en la misma. Ahora volvemos al campo de la Vida Consagrada desde otra perspectiva y exigencia a partir de la parábola del juicio final.

El SER y el HACER solidario de los religiosos

En un contexto diferente del que hemos revisado este pasaje en el artículo anterior -aquí en el de los religiosos- se cita la parábola del juicio final de san Mateo pero con referencia a hacer de la propia vida una plataforma de servicio a los demás. Entrará el desprendimiento de bienes, pero el visitar enfermos o encarcelados… lleva consigo otros presupuestos. Si para todos es obligatorio el hacer el bien, ¡cuánto más para los que públicamente se comprometen al vivir el Evangelio!.

Implicaciones del amor
El Decreto Perfectae Charitatis n. 13 se sitúa en un contexto muy diferente al de la Constitución Lumen Gentium 48 a la hora de apoyarse en Mt. 25,34-46. Allí era la condición escatológica que nos lleva de peregrinación hacia el Reino de los cielos, donde seremos juzgados de nuestras obras en la tierra. 
En la PC se tiene en cuenta especialmente el valor e implicaciones de la propia vida consagrada. Uno de cuyos valores es la pobreza. Pero una pobreza fecunda, donde tiene decisiva influencia el texto de 2Cor 8,9: Cristo se hizo pobre para enriquecernos a todos.

El creyente puede pensar que “si no comparte con el pobre Lázaro no entrará en el Reino” (Lc 16,19ss). El consagrado, desde la óptica que le plantea Jesús al joven rico, no tanto se pregunta sobre el destino final de su vida, cuanto el valor y significado de su vida misma: la inmediatez del seguimiento. Al final, “tendrás un tesoro en el cielo”, pero ahora “sígueme”. Y ese seguimiento actual, en total desprendimiento, es el que muestra que su tesoro es Dios (Mt. 6,20). El futuro importa menos que el presente. Y ese seguimiento implica desde el principio dejar redes y barcas. 

En ese seguimiento entra el desprendimiento y el repartir entre los pobres sus bienes, entre los cuales se incluye él mismo, que trata de darse con toda la fuerza de la vida. Por eso el religioso no se conformará con actos puntuales de obras de misericordia, sino que ofrecerá la vida misma. El “a mí me lo hicisteis” y el “haced como yo hago” cobran más valor a los ojos del religioso que las propias consecuencias salvadoras de sus actos.

Por Cristo y como Cristo.
Los escrituristas sostienen que con esta parábola Jesús pretende poner de relieve el significado central de su persona. 

Los hombres serán juzgados por su actitud frente a ella. Y eso no solo cuando se presenta rodeado de su gloria y ángeles, sino cuando está en su abatimiento de la cruz y de los pobres. Las obras de caridad mencionadas tienen el mérito de haber sido hechas a Cristo mismo. “La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad y del servicio” (EG 88). “Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla y finalmente su entrega total… le habla a la propia vida” (EG 265), hasta el punto de “amar con las entrañas de Cristo”. 

Cristo es la razón de ser del religioso y por eso los nn 1 y 2 de la PC destacan el carácter cristológico de la Vida Consagrada.

El Concilio coloca a los religiosos a la derecha de Cristo destacando su buena conducta dando de comer, beber, vestir, visitar…, dejando entrever que la entrega de bienes materiales es más cosa de los Institutos, contexto en el que se mueve todo el número de la PC 13, que de los propios individuos. De estos destaca sobre todo el “hacer por amor a Cristo”, es decir, la capacidad de disponer su vida en favor de los demás, porque “les aman con las entrañas de Cristo”. 

La caridad, signo de entrega.
La Vida Consagrada es camino privilegiado de salvación a poco que el llamado se esfuerce, que, por otro lado, está llamado a esforzarse con el mayor esmero. En ese esfuerzo tiene que llevar la bandera la caridad. 

La perfección de la caridad, es el título del documento. Efectivamente, la clave para entender la vida religiosa en el Concilio no es la perspectiva inmediata de la santidad, sino la caridad perfecta (PC 6). Es importantísimo el amor a Dios por lo cual se renuncia al ejercicio de la sexualidad y otras renuncias (Mt 19,21). 
El amor que nos apremia a vivir cada vez más para Aquel que murió y resucitó por nosotros” (LG. 48), nos apremia también a darnos por entero a los hermanos. Sin esto, todo lo demás  sería “címbalo que retiñe” (1Cor 13,1). San Juan Pablo II lo expresó muy claramente: “La vida consagrada es memoria viviente del modo de existir y actuar de Jesús” (Vita Consecrata, 22). 

El Jesús que comenzó su vida, según Lucas, manifestando su vocación de ser enviado a los necesitados  (Lc. 4), es el que reproduce el consagrado que da de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo…

No nos costará demasiado ver cumplido este programa en la vida real de Jesucristo. Si nos falta constatarlo en algún detalle concreto, lo encontraremos sobradamente confirmado en sus enseñanzas y parábolas. 

El religioso nunca debe darlo por supuesto, sino que tiene que aparecer muy diáfano en su comportamiento. Su ser y hacer debe ser solidario porque sino no sería memoria viviente de Jesús.

Valentín Martín

Revista Evangelio y Vida
Número 357 (Mayo/Junio de 2018)

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