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IIº DOMINGO DE ADVIENTO -A-

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego.

IIº DOMINGO DE ADVIENTO -A-

 
1ª Lectura: Isaías 11,1-10.
En aquel día: Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al pobre. Herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío. Será la justicia el ceñidor de sus lomos; la fidelidad, ceñidor de su cintura. 
Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey.
El niño jugará con la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No hará daño ni estrago por todo mi Monte Santo: porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.
 
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Nos hallamos ante la formulación más acabada del sueño profético para Israel. Un tiempo presidido por el espíritu del Señor, encarnado en el Ungido de Dios. Un tiempo marcado por la piedad, la paz, la justicia y  la verdad. Toda la creación se verá afectada y renovada por ese Espíritu. Desaparecerán las hostilidades no sólo entre los hombres, sino entre el hombre y la naturaleza, representada en los animales. La hostilidad que arrancó de la desobediencia del Paraíso (Gn 3,14-15), desaparecerá en este nuevo paraíso. Una visión similar de pacto entre Dios y la naturaleza en favor del hombre se encuentra en Os 2,20; Ez 34,25.28; Is 65,25. Jesús aparecerá reivindicando ese Espíritu y esa función (Lc 4, 18-19; Mt 12,18-21).
    
2ª Lectura: Romanos 15,4-9.
Hermanos: Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las  Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En una palabra, acogeos mutuamente como Cristo os ha acogido para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas, y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así dice la Escritura: Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre.
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El texto seleccionado pertenece al final de la parte exhortativa de la Carta. San Pablo amonesta a los cristianos, en su mayor parte provenientes del mundo pagano, a considerar las Escrituras como guía espiritual y criterio de vida. A profundizar la comunión, para orar a Dios con un solo corazón. A acoger al otro como cada uno ha sido acogido por Dios en Cristo. Dios no discrimina: la elección, en otro tiempo, del pueblo judío no supuso la exclusión de los gentiles, y la apertura ahora del Evangelio a los gentiles no oscurece esa fidelidad de Dios respecto de Israel. Cristo nos lo revela con claridad: él ha venido a derribar el muro de separación (Ef 2, 14).
 
Evangelio: Mateo 3,1-12.
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Este es el que anunció el profeta Isaías   diciendo: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones pensando: `Abrahán es nuestro padre´, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”.
 
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Juan Bautista es una de las figuras típicas del Adviento. Fue un personaje de gran relevancia en su tiempo. Era el guía carismático de un movimiento popular, que convocó al pueblo a la penitencia ante la inminencia del juicio de Dios. Su mensaje estaba centrado en la urgencia de la conversión, ofreciendo como signo de la misma el bautismo en las aguas del Jordán. Según la tradición cristiana (Hch 10,37ss) el comienzo de la vida pública de Jesús estuvo vinculado al movimiento del Bautista. Los primeros cristianos lo identificaron con “la voz que grita en el desierto” (Is 40,3) y con Elías (2 Re 1,8), que según la tradición cristiana sería el precursor del Mesías (Mt 11,14; 17,11). Según esta interpretación, Jesús aparece como el Mesías, y Juan como el Precursor. Mateo es el evangelista que presenta a Juan con rasgos más “cristianos”. Su predicación y la de Jesús coinciden (Mt 3,2; 4,17). Pone en boca de Juan lo que era una convicción cristiana, que el bautismo de Juan era sombra del de Jesús (Mt 3,11-12); que la pertenencia al pueblo de Dios no era algo exclusivo del pueblo judío (Mt 3,9), y que con Jesús se hace presente el reinado de Dios.
 
REFLEXIÓN PASTORAL
Si nos fuera permitido soñar el futuro, no lo imaginaríamos mejor que como nos lo describe el profeta Isaías: un futuro de justicia y de paz, sin sombras ni amenazas, y presidido por alguien sobre “el que se posará el espíritu del Señor” (Is 11,2), y con una especial providencia hacia el pobre, el afligido y el indigente (Sal 72). Y no es un sueño imposible; pero no puede obtenerse sólo soñando. Ese es el futuro que Dios quiere para el hombre, y por el que Cristo trabajó y entregó su vida. Un futuro al que hay que abrir camino.
“Preparad el camino” (Mt 3,3), dice el Bautista. Jesús lo indicó también, al animarnos a orar: “Venga tu Reino” (Mt 6,10), sabiendo que a Dios no se le puede invocar en vano; que orar sin comprometer la vida en lo que pedimos puede ser una provocación a Dios. 
¿Cómo abrir caminos a ese futuro? ¿Cómo hacer para que el Reino de Dios venga a nosotros? “Convertíos…, rectificad…, dad frutos” (Mt 3,3.8).
Es lo de siempre, porque nunca nos decidimos a tomarlo en serio. Por eso nuestros caminos no conducen a ninguna parte y, en todo caso, no conducen a ese futuro añorado y soñado de paz y justicia.
Juan denunciaba las falsas seguridades religiosas, la insuficiencia de una práctica religiosa ritual, la falta de frutos. Más tarde, dirá Jesús que al árbol se le conoce por sus frutos (Mt 7,20), de conversión. Y eso exige introducir en nuestras vidas rectificaciones profundas y hasta cambios de dirección, porque “Mis caminos no son vuestros caminos” (Is 55,8).
La voz de Juan es exigente, y debemos escucharla y acogerla con seriedad y gratitud. La palabra de Dios no es una palabra de adorno, ni demagógica; es útil para enseñar, corregir y salvar (cf. 2 Tim 3,16). Nos lo recuerda hoy la segunda lectura (Rom 15,4).
Hoy se nos invita a soñar el futuro, pero sobre todo a trabajar por él, y a una lectura atenta de las Escrituras; ellas nos ofrecen claves para propiciar la alternativa, “pues se escribieron para enseñanza nuestra…, y con el consuelo que dan mantengamos la esperanza” (Rom 15,4), pues “toda Escritura es útil para educar en la justicia” (2 Tim 3,16). 
Cristo asumió este servicio de ser y dar esperanza, pues “Dios, mediante la Resurrección de Jesucristo nos ha reengendrado a una esperanza viva” (1 Pe 1,3), convirtiéndose personalmente en nuestra esperanza (Ef 1,12; Col 1,27; 1 Tim 3,14) y convirtiéndonos en servidores de esperanza (1 Pe 3,15).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué hago para preparar el camino del Señor? 
.- ¿Qué rectificaciones debo introducir en la vida?
.- ¿Qué conocimiento y aprecio tengo de la palabra de Dios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

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