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SAGRADA FAMILIA -B-

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”.

SAGRADA FAMILIA -B-

1ª Lectura: Eclesiástico 3,3-7. 14-17a.
 
    Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respete a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.
    Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el sol.
 
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    El texto de Eclesiástico no solo es normativo sino crítico. Las advertencias que dirige a los hijos suponen la existencia de situaciones en que los padres no disfrutaban del reconocimiento debido por los hijos. El autor subraya la capacidad “redentora” del amor y el respeto a los padres, máxime en su ancianidad y debilidad física y mental. Sin embargo, las “obligaciones” no son solo de los hijos para con los padres. También deben profundizarse las relaciones de los padres para con los hijos, liberándolas de toda tentación paternalista o de inhibición en el ejercicios de sus deberes. Sin olvidar, las relaciones de conyugalidad, expuestas a la tentación de una vivencia superficial y tergiversada.
 
2ª  Lectura: Colosenses 3,12-21
 
    Hermanos:
    Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos  mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.
 
   Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene al Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
 
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El texto seleccionado pertenece a la tercera parte de la carta a los Colosenses -las exhortaciones a la comunidad-. Dos niveles se advierten en él: el de  la familia de Dios, la Iglesia (Gál 6,10), y el de  la familia doméstica, la de la carne y la sangre. Respecto de la primera, destaca diversas actitudes, enfatizando sobre todo el perdón, el amor y la gratitud. Una familia cohesionada en torno a la palabra de Cristo. Respecto de la segunda, se mueve en los parámetros de una convivencia íntima y cordial. Con un subrayado especial: no exasperar a los hijos.
 
 
Evangelio: Lucas 2,22-40
 
   Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”. 
    Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quién has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este está puesto en Israel para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”. 
    Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
 
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  Tres cuadros ofrece el relato de san Lucas. En el primero -la presentación- confluyen tres aspectos: la purificación ritual de la madre (Lc 2,22 = Lv 12,2-4), la consagración de primogénito (Lc 2,22b-23 = Ex 13,2) y el rescate (Lc 2,24 = Ex 13,13; 34,20; Lv 5,7; 12,8), que en el caso de Jesús se hace conforme a lo prescrito para las familias económicamente débiles. 
 
    Un segundo cuadro lo protagonizan Simeón (de quien no se dice que fuera un anciano) y la profetisa Ana (de la que sí se afirma su ancianidad). Son los encargados de desvelar el misterio. Como al entrar Jesús en el Jordán, hundido en el anonimato, se abrieron los cielos para descubrir su verdad más profunda (Mc 1,11); al entrar en el templo, también hundido en el anonimato, se abren los labios de Simeón para descubrir el misterio de aquel niño. Ya desde el principio Dios ha revelado “estas cosas a la gente sencilla” (Mt 11,25). El tercer cuadro, en apretada síntesis, muestra el proceso de crecimiento integral de Jesús en la familia de Nazaret.
 
REFLEXIÓN PASTORAL
   
La celebración de la fiesta de la Sagrada Familia nos brinda la oportunidad no solo de admirar y venerar a la Familia de Nazaret, sino de proyectar la mirada más allá de ese horizonte y contemplar la realidad de la familia como “esquema” existencial de Dios, hacia adentro (su propio Misterio) y hacia afuera. Porque la primera concreción de la familia, donde esta es radicalmente “sagrada”, es el misterio personal de Dios, formulado como: Padre, Hijo y Espíritu de Amor. El evangelio de san Juan lo destaca: la vida de Dios es una vida familiar, y espejo original de los valores familiares fundamentales.
     Porque Dios es familia y Dios es Amor, la familia es amor. Porque Dios es Comunión, la familia es comunión. Porque Dios es Intimidad, la familia es intimidad. Porque Dios es Vida, la familia es vida. Porque Dios es Uno, la familia es una… 
    Dios, en su misterio personal de amor, es el referente  primero de la familia humana. San Pablo lo expresa con nitidez: “Doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra” (Ef 3,14-15).
     Y cuando decidió “salir” al mundo, eligió la familia como lugar de acampada (Jn 1,14). La familia de Nazaret fue el espacio de humanización en el que el Hijo de Dios aprendió a ser hijo de hombre (Lc 2,51-52). Una experiencia constructiva. 
    La familia, pues, hunde sus raíces en la mente y en el corazón de Dios. En su proyecto creacional Dios pensó al hombre en esquema de familia. “Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos” (GS n 24). La humanidad como familia es el horizonte al que hemos de abrir la vida, superando egoísmos fronterizos que nos enfrentan y destruyen, impidiéndonos gozar de la belleza y la bondad de lo creado. Una dimensión ante la  que Francisco de Asís vibró particularmente en su Canto a las criaturas: desde el hermano sol a la hermana muerte.
    A esto dedicó Jesús su existencia, a descubrir este perfil de la creación como familia. Nos mostró a Dios como Padre (Mt 5,45.48; 6,9.32; Jn 16,26-27…) y  a cada uno como hermano (Mt 23,28). Y pensó su proyecto eclesial en clave de familia (Mt 12,48-49). San Pablo profundizará esta realidad, asumida como primer quehacer en su tarea evangelizadora: construir la Iglesia como “familia de los hijos de Dios” (Ef 2,19), un quehacer gozoso y doloroso (2 Cor 11,28). Llegando, incluso, a la audacia de presentar a Jesús como el esposo de la iglesia (2 Cor 11,2)
Vale la pena dedicar hoy unos momentos a agradecer, a celebrar y a revisar este don tan delicado y expuesto. Y a orar por la familia en todos sus “sentidos”, humanos, creaturales y eclesiales, pues es un tesoro que llevamos en frágiles envolturas (2 Cor 4,7).
 
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento así la familia?
.- ¿Me siento familia de los hijos de Dios?
.- ¿Cómo ejerzo mi responsabilidad familiar en la creación?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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