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SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APOSTOL (Domingo XVII)

Domingo Montero Carrión

Él les dijo: Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APOSTOL (Domingo XVII)

1ª Lectura: Hechos 4,33. 5-12. 27b-33; 12,1b.
 
En aquellos días, los Apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los trajeron y los condujeron a presencia del Consejo y el sumo sacerdote los interrogó: ¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ese hombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.
Pedro y los Apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. “El Dios de nuestros padres resucitó a quién vosotros matasteis colgándolo de un madero”. “La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados.” Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen.
Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos y el rey Herodes hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan.
 
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El libro de los Hechos de los Apóstoles nos da la noticia escueta del martirio de Santiago el Mayor, el hermano de Juan. Herodes lo mandó decapitar. El haberle infligido la misma muerte que a Juan el Bautista sugiere que Santiago fue desde el principio un profeta incómodo para el poder civil israelita. Por otra parte, el texto seleccionado insiste en la línea profética de los Apóstoles y en su audacia como testigos del Evangelio de Jesucristo.
 
 
2ª Lectura: 2ª Corintios 4,7-15.
 
Hermanos: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.
Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Mientras vivimos, continuamente estamos entregados a la muerte, por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros.
Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: “Creí, por eso hablé”, sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros. Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios.
 
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La proclamación del Evangelio no se hace desde la audacia temeraria o desde la autosuficiencia sino desde la debilidad fortalecida e iluminada por la fe. Conscientes de nuestro “barro” no renunciamos a ser vasijas que vierten el agua viva del mensaje de Cristo desde la propia vida. La fuerza de manifiesta en la debilidad. 
 
 
Evangelio: Mateo 20,20-28.
 
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. 
Él le preguntó: ¿Qué deseas?
Ella contestó: Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Pero Jesús replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?
Contestaron: Lo somos.
Él les dijo: Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos.
 
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La cercanía a Jesús no es cercanía al poder sino a la entrega y al servicio. En el grupo de los Doce todos aspiraban a lo mismo. Jesús se encargó pacientemente de mostrarles que él no necesitaba “servidores” sino “seguidores”, pues él no había venido a ser servido sino a servir y entregar su vida en rescate por muchos.  
 
 
REFLEXIÓN PASTORAL
 
Fue uno de los primeros en aceptar la propuesta de Jesús, junto con Juan, su hermano, y Simón y Andrés. Un buen día, cuando estaba repesando las redes con su padre, Jesús se acercó a su vida, y Santiago dijo sí (Mt 4,21-22). 
 
Los evangelios presentan algunos rasgos de su persona: debía ser un tanto radical –“hijo del trueno” (Mc 3,17)- y pretencioso  (Mc 10,37)-. Formó parte de la terna de los preferidos del Señor, y fue testigo de la experiencia luminosa de la transfiguración (Mt 17,1) y dolorosa de Getsemaní (Mt 26,37).  Fue el primero de los Doce que rubricó el seguimiento de Jesús con el derramamiento de su sangre (Hch 12,2). La historia de Santiago es, en definitiva, la historia de un seguidor de Jesús hasta el final, en medio de dudas y ambigüedades. 
 
La historia posterior se ha encargado de añadir a esta sobria historia, leyendas y tradiciones que han ido cristalizando en devociones y atribuciones, que necesitan una revisión profunda para no distorsionar los núcleos de la verdad del Apóstol. 
 
Santiago se dejó seducir por Jesús, y esta es la gran lección que de él deberíamos aprender. Él, seguramente, participaba de aquella convicción de Pedro: “Señor, ¿a dónde iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). 
 
Una de esas tradiciones, creadas a la sombra de Santiago, es la del “camino de Santiago”. Vivida antiguamente como “ruta de penitencia”, a la que hoy se le han añadido otras connotaciones.
 
 Pero, ¿cuál fue el “camino de Santiago? Para Santiago, el camino fue Jesús. Lo que hoy llamamos “el camino de Santiago”, es el camino de Santiago de Compostela. ¡Y entre ambos caminos hay algunas diferencias!
 
No cabe duda de que el camino de Santiago de Compostela, realizado en autenticidad es una posibilidad de riqueza espiritual y cultural. Pero, hablando con rigor, no es ese el camino que nos propone Santiago. Quien se acerca a Santiago de Compostela sin encontrar a Jesús, no ha hecho el verdadero camino de Santiago.
 
El “camino de Santiago”, como camino cristiano es un camino interior hacia el interior de Cristo. Él mismo se autodefinió como “Camino” (Jn 14,6). Es el camino que lleva al Padre -“nadie va al Padre sino por mí” (Jn 6,14)- y el camino que lleva al hombre, porque “lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos, lo hicisteis conmigo” (Mt 25,40). Son las dos referencias del Camino.
 
Caminar es una actitud existencial. Pero nuestra itinerancia no es pura posibilidad o indefinición. Se resuelve en el reencuentro con Cristo. Caminar es ir haciéndonos Cristo; ahondar nuestra inserción, nuestra radicación en él. Todos los pasos que no nos lleven a Cristo, son pasos perdidos; es un andar descaminados.
 
La fiesta de Santiago quiere situarnos en el “camino” del Apóstol. Nos muerta la “ruta” por la que transitar. El “camino de Santiago” debería encontrar su referente en otro “camino”, el de Emaús.
 
REFLEXIÓN PERSONAL
 
.- ¿Vivo a Jesús como el camino?
.- ¿Por qué caminos transito?
¿Qué experiencia tengo del “camino de Santiago?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Capuchino.

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